Fandangos personales

Fandangos personales


Los fandangos personales son cantes que tienen nombres y apellidos. Son, como su nombre indica, creaciones personales de los artistas flamencos; cada uno ha puesto en su fandango lo mejor de su arte. Son, por tanto, cantes llenos de dificultades cantaoras, cantes que nuestros alumnos, salvo raras excepciones, no podrán hacer. Son, en suma, cantes para escuchar. Con ellos llegamos de nuevo a un momento delicado, en el que hay que extremar cautelas. Los alumnos habrán de estar motivados, predispuestos; el profesor tiene que propiciar dicha predisposición y tiene que detectar cuando exista. Motivar a nuestros alumnos, todos lo sabemos, no es tarea fácil. No existen fórmulas mágicas, recetas valederas para cada ocasión. Ahora nuestro consejo es que intentemos despertar su curiosidad, que tratemos de buscar los factores motivados en los propios alumnos. Para ello, podemos empezar por un fandango de Huelva que ya sepan hacer y, cuando terminen, decirles que existen también otros que no se pueden cantar a coro por las dificultades que su ejecución encierra, que son obra de verdaderos artistas; podemos hablarles de los cantaores que los han elaborado: de Rebollo, de Paco Isidro, de Pérez de Guzmán, de Juan Breva, de Frasquito Yerbagüena, o de ese cantaor creador del fandango más conocido de la comarca. Tendremos, eso sí, que ser breves y procurar contarles cosas que puedan interesarles; por regla general, detalles biográficos de carácter anecdótico que resulten amenos y entretenidos, y siempre que podamos, debemos proyectar alguna diapositiva de cada cantaor, especialmente una que pueda resultar llamativa por su vestimenta, por la pose que éste adopte. A veces, el detalle aparentemente más nimio puede ser el más efectivo a la hora de suscitar el interés del niño. Una vez que hayamos hecho esto, no nos queda más que esperar. Si hay suerte, a lo mejor a alguien se le ocurre preguntar: ¿Y ese señor, cómo cantaba?. No dejemos, sin embargo, pasar una buena oportunidad por no atrevernos a dar nosotros mismos el primer paso. Si vislumbramos en las miradas de nuestros alumnos ese chispazo de curiosidad que no termina de materializarse en una pregunta, debemos arriesgarnos a sugerirles: ¿Queréis saber cómo cantaba? ¿Queréis escucharle?. Unos pocos consejos para terminar. Cuando nuestros alumnos tengan ganas de cantar o tocar las palmas, dejadles; no les intentéis convencer para que se callen y escuchen. No convirtáis nunca la sesión de Flamenco en una audición de discos. Esto sólo estaría justificado cuando el tiempo de que dispusiésemos fuese muy limitado y las ganas de escuchar manifiestas. En toda sesión de Flamenco debe haber participación activa de los alumnos. Y tal vez lo más importante: que al principio de estas nuevas sesiones escuchen un solo cante. Es preferible que les sepa a poco a que les aburra. Ya habrá ocasión otro día de escuchar otros.